1.2.1. La supremacía de Estados Unidos y la cultura occidental como agentes globalizadores.

Quizá el principal foco emisor de estos globalizados parámetros encorsetados entre la cultura enlatada y la empobrecedora pseudocultura de masas, sean los Estados Unidos de América, sin duda, la primera potencia mundial en la producción de casi cualquier cosa, alguna buena y otras no tanto. Incluso la vieja y culta Europa -posiblemente el segundo foco emisor- lleva varias décadas recuperando, poco a poco, su propia visión tras la ceguera transitoria que le provocó el brillante resplandor de todo lo americano y que a punto estuvo de hacerle perder muchos de los caracteres que conformaban y conforman nuestra peculiar –si es que finalmente la hay- idiosincrasia europea.

Tras aquel estallido de luz, color, dinero y poder -fuegos artificiales del american lifestyle- se ha ido consolidando, poco a poco, una percepción cada vez más nítida de que lo americano, en su abusivo colonialismo, iba mermando valores tan positivos y necesarios para la diversidad mundial como la pluralidad, la variedad o, simplemente, la diferencia. Y en una reacción bastante habitual a cualquier sobredosis –reforzada por una cadena de decisiones políticas que demostraban la agobiante supremacía de los Estados Unidos y su evidente voluntad coactiva en la vigilancia del mundo- se ha empezado a experimentar, no sólo algún desafecto hacia lo americano, sino cierto rechazo hacia todo lo que de allí provenga y, además, posea ese olor a yanki que, tras embriagarnos, lleva algún tiempo empachándonos.
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Sin embargo sigue siendo una globalización mal entendida, un monoculturalismo unificador y un moderno colonialismo despiadado en el que occidente y, más concretamente, la cultura americana imponen su supremacía, lo que realmente puede hacernos perder nuestra verdadera esencia. Estados Unidos, y todo lo americano, sigue monopolizando la producción de tendencias, de modas, de ocio, de costumbres, de consumos y de tantas otras cosas que, en un formato u otro, van llegando a cualquier parte del mundo, que han terminado por constituir unos modelos masivos que van influyendo en lo autóctono, en lo propio y en lo local, eliminando la variedad e igualando en el gris -en su gris- casi todas las manifestaciones –modas y tendencias incluidas- por donde este auténtico rodillo pasa[1].
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[1] Sobre el tema de este monoculturalismo unificador contrapuesto a la evolución del actual concepto de ciudad como lugar de encuentro y vida -gracias a los nuevos flujos migratorios- de culturas muy diversas, reflexionó la exposición colectiva Mestizos, comisariada por el que esto suscribe en el Espai Ses Voltes de Palma durante el mes de octubre de 2004.

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