1. El artista y las trampas contemporáneas.

Una de esas maravillosas cualidades que definen la creación plástica y, a la vez, la dotan de su peligroso carácter fronterizo, es su extraordinaria sensibilidad para absorberlo todo, lo positivo y lo negativo, lo que suma y lo que resta, procesarlo y expresarlo, a veces exquisita o burdamente amplificado y otras ridícula o genialmente minimizado. La obra sincera transmite la auténtica esencia de quien la crea, mientras que las piezas que carecen de ella demuestran todas y cada una de las imposturas que rodean al mundo del arte, y estas, sin duda, no son pocas.

Unas peculiares trampas que, como una imparable reacción en cadena, traen causa las unas de las otras. Efectivamente, es la absorbente potencia de las nuevas tecnologías, su increíble alcance físico y sus enajenantes e infinitas posibilidades las que, no sólo han terminado confundiendo al creador, sino que también han contribuido a ese efecto globalizador y homogenizador que, más que disfrutar, terminamos padeciendo. Una globalización que se ha encargado, entre otras cosas, de difundir masivamente modas y tendencias, con una intensidad tan alta, que ha conseguido vaciarlas de cualquier contenido[1]. Un bucle sin fin, de causas y efectos, donde nada viene sólo y que se constituye en un permanente engaño contemporáneo en el que los creadores avispados no deberían incurrir.

[1] Como señala Fernando Castro Flórez: Los artistas no pueden sostener su trabajo en un vacío cultural gobernado sólo por la moda, la cibertecnología, la nostalgia y el cinismo, o entretenerse coqueteando con la violencia y el sexo, parecidos a esos jueces de “El Proceso” de Kafka que durante los interrogatorios nocturnos ojean libros pornográficos. (Castro Florez, Fernando. “¡Qué pantano!” en Espai Quatre 05, Ajuntament de Palma, Palma de Mallorca, 2006, p.172).

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