6. El galerista.

Para un texto titulado Putos es estación obligatoria hablar de los mejores burdeles y de algunos de sus proxenetas. Galeristas y galerías los hay de todas las formas y de todos los colores, y en una isla como la nuestra, con esta hiperabundancia de espacios expositivos privados, aún más. Y es que en Mallorca tenemos la inmensa fortuna de disfrutar galerías rigurosas, conocidas por todos, con línea, criterio y saber estar, que colaboran –con rigor- fomentando la producción y la carrera de los artistas con los que se asocian. Pero desgraciadamente también –y seguro fruto de esta descabellada y numerosa oferta- padecemos galerías y galeristas que, más que promocionar y posibilitar, entorpecen, interfieren y anquilosan todo este complejo engranaje.

La galería –y el galerista- terminan de completar el círculo necesario que, en cierta medida, sustenta toda la estructura que soporta la creación plástica, otorgando una salida comercial y abriendo un canal de ingresos para todos. Al margen de la inversión pública –con los criterios, déficits y perturbaciones que más adelante ampliaremos- la galería proporciona la vía fundamental para inyectar el lubricante perfecto al sistema –el vil metal- que engrasa toda la maquinaria creativa y permite, en cierto modo, la tan anhelada libre producción.

Pero, al igual que el entramado de galerías habilita esta posibilidad que, en principio, debería propiciar la autonomía del artista, también termina lastrando esta pretendida independencia. Tanto artistas como galeristas se juegan los cuartos –sus cuartos- en todo este proceso y, mientras el artista verdadero suele creer en su obra y tener cierta convicción en su propia producción, el galerista, muchas veces, no tanto, y trata de reconducir, en ocasiones de manera sutil y otras de forma más vehemente, las creaciones de los otros –los artistas- encaminándolas hacia los parámetros que son de su interés.

Así, los galeristas, se convierten en más oportunidades de las que serían deseables en artistas sin pincel que quieren dirigir, sin poder ni saber, la mano de quien realmente lo agarra, interfiriendo en su producción para acercarla a su personal e intransferible criterio, a veces, las menos, ponderado sobre su propio gusto artístico, en otras, las más, tratando de dirigirla según su apreciación de lo vendible, de lo comercial y, en definitiva, de lo lucrativo, mientras se aprovecha de la situación de dominio que le otorga el ser poseedor de los medios suficientes y las infraestructuras necesarias.

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