1.2.2. La televisión e Internet como principales medios homogenizadores

En esta era de la conexión global, de los fast food -y de otros muchos fast- de la cultura en píldoras y a ritmo de videoclip; el ser humano se ha acostumbrado a lo instantáneo, a lo ultrarrápido, a lo homogéneo y, en muchas ocasiones, a lo vacío, sin reparar en las evidentes faltas de rigor y en las escasas profundidades de los contenidos que, casi siempre, se le ofrecen. Quizá sea, precisamente, el agotador exceso de medios, la facilidad de acceso a los mismos, la inmediatez de sus transmisiones y la hiperabundancia de sus contenidos, lo que consiga, no sólo los efectos positivos y evidentes que le son propios, sino también todo un catálogo de redundancias, degeneraciones y vicios, que termine lastrando nuestra sensibilidad hasta tal punto que nos impida percibir, incluso, cualquier cosa interesante y diferente que tengamos ante nuestros propios ojos.

Seguramente algunos de los medios de comunicación más potentes pero, a la vez, más contaminantes, sean la televisión e Internet, unos canales de información esencial y, por la propia cotidianeidad y masificación de su consumo, una anestesia dormidera de conciencias. La televisión se ve por defecto, muchas veces sin atender a sus contenidos, en una superflua necesidad que la vida moderna nos ha creado, donde la vulgaridad de su programación ha dejado de sorprendernos, enganchándonos a su frivolidad y a su desvarío a base de recibir, activa o pasivamente, nuestra dosis diaria de estulticia. Fue Nam June Paik[1], un visionario que fijó las bases críticas de lo que se dio en llamar cultura-mosaico[2], el que desde su clarividencia percibió el resultado de esta cultura despersonalizadora y de esta información desinformada de ritmo trepidante y superficialidad manifiesta: de todo un poco, de nada mucho y de mucho mal.

Internet, sin embargo, es un canal más ambiguo. Su uso personal e independiente, unido al carácter voluntario en su navegación, permiten un abanico de opciones mucho más amplio. Su potencia está fuera de toda duda y su bondad y utilidad también pero, al tratarse de un medio tan poderoso, en sus propias virtudes pueden comparecer algunos de sus defectos. Internet abre una puerta de conexión global de enormes posibilidades, pero atesora también una gran capacidad de transmitir aquellos mensajes y contenidos ensimismantes, burdamente homogenizadores y de escasa profundidad que, precisamente por las facilidades que concede, alcanzan una rapidísima -y peligrosa- difusión y asimilación.


[1] (Seúl 1932 – Miami 2006) Artista coreano que, a principios de los 60, realizó una exposición valiéndose como objeto plástico de una serie de televisores y empleando ingenios como un micrófono que captaba los sonidos emitidos por el público y los convertía en imágenes, introduciendo el arte interactivo, así como la video-creación y la video-escultura –de hecho su Familia de Robots estaba construida a base de pantallas que emitían imágenes diversas y provocaban contradicciones mediante su descontextualización-.

[2] En referencia al panorama diverso y fragmentado que emite la televisión ofreciendo una mezcla de discursos simultáneos que, lejos de ayudar, confunden.

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