3.7. El arte es un estado de ánimo. El concepto de pasión.

Creo sinceramente que la mejor crítica es la divertida y poética; no esa otra, fría y algebraica que con el pretexto de explicarlo todo, carece de odio y de amor, se despoja voluntariamente de todo temperamento... En cuanto a la crítica propiamente dicha, espero que los filósofos comprenderán lo que voy a decir: para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada y política; esto es, debe adoptar un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista exclusivo que abra al máximo los horizontes[1].

Y es que ya lo decía Tolstoi: El arte es la forma a través de la cual una persona entrega a otras sentimientos de tal manera que se infecten de ellos y los experimenten[2]. Razón no le faltaba: el arte sincero es un estado de ánimo, sin duda, y lo es para quien lo produce, para quien lo consume y, por supuesto, también para quien lo evalúa. Al principio, quizá, sorprende la combinación de estos dos términos -uno de una inmaterialidad tan evidente como el de arte junto a otro ciertamente subjetivo como el de estado de ánimo- la realidad, sin embargo, es que la influencia del segundo concepto sobre el primero lo llena de más contenidos de los que en principio se intuían, dotándolo de una infinita polisemia que se enriquece con cada ser, a cada momento y con cada nueva aportación.

Así, el término arte, se va completando con todos los significados que la percepción de cada individuo -que lo disfruta o padece- le va confiriendo, viéndose además aumentados, mutados o reducidos en función de los biorritmos del sujeto y del instante concreto en el que se encuentra, y generando, finalmente, tantas definiciones de arte –tantas posibles críticas- no sólo como personas existen, sino como estados de ánimo atraviesan. Un subjetivismo en las definiciones, un diccionario personal e intransferible que dota de significados, individuo por individuo, situación por situación, cada una de las cuestiones que durante nuestra vida nos vamos encontrando, arte, por supuesto, incluido.

Y es que el arte puede entenderse, el arte puede explicarse, el arte puede evaluarse pero, sobre todo, debe sentirse, y la misma persona, además, puede sentirlo de mil maneras distintas. Yo soy yo y mis circunstancias, y cuando estoy deprimido, enfadado o enamorado, muchas canciones -que antes no importaban- empiezan a hablar de mí. Con todo ello hemos ido conformando la historia del arte, nuestra propia y casi siempre digna historia del arte: están muchos de los que son, no son todos los que están y, de vez en cuando, volvemos a descubrir algún artista que siempre estuvo allí y no vimos las mil primeras veces.

Pero ante tanto subjetivismo y tan poca objetividad ¿a qué puede recurrir el crítico? ¿dónde está la verdad? ¿Hay algún criterio más o menos general y fiable para desentrañarla? Algunos para encontrarlo apelan a la sinceridad, sin embargo, en muchas ocasiones, parece que falta algo, necesitamos sinceridad, sin duda, pero por encima de todo hace falta sentimiento, pasión, el genuino motor de los actos humanos más insondables.

El afectado por la pasión, el apasionado, es un tipo evidente al que se reconoce fácil, disfruta de casi todo y casi todo lo hace al máximo, su entrega es total y su convicción suprema, esto le sirve para alcanzar los más apoteósicos aciertos pero, también, para cometer los más estrepitosos fallos. Errores más flagrantes que los de cualquiera y, sobre todo, que los de esos mediocres desapasionados que apuestan a no perder, cubiertos, siempre, con un magnífico seguro contratado con la mejor y más cara compañía.

[1] Baudelaire, Charles. El Salón y otros escritos sobre arte. A. Machado Libros, Colección La Balsa de la Medusa, Boadilla del Monte, Madrid, 1997.

[2] Tolstoi, Leon Nikolayevitch. Qué es el arte. Editorial Tor, Buenos Aires, Argentina, 1950.