4. La nueva importancia del comisario.

A la misma y meteórica velocidad con la que se complica la red de relaciones que se teje alrededor de la creación plástica, la figura del comisario, moderno gurú urdidor de todos los tejemanejes artísticos, va ampliando su poderío hasta extremos insospechados. Es cierto que el rol del comisario, con otros nombres y ciertas variaciones, viene de lejos, pero no es menos cierto que su importancia actual, fruto a veces de la necesidad y a veces del esnobismo, trasciende muchos de los límites que, en principio, eran previsibles. Y es que en este cajón de sastre –y en ocasiones desastre- del comisariado de exposiciones, tenemos cabida desde los charlatanes sin sustancia vendedores de motos sin ruedas, hasta los profesionales rigurosos cargados de ideas que, además, saben como materializarlas.

Parece lógico que a medida que las estructuras comienzan a alcanzar un determinado grado de complejidad, las funciones de los profesionales que en ellas intervienen se vayan perfilando, y es evidente que, con la cantidad de sujetos que se relacionan en este sector cada vez más extenso, muchos de los aspectos de las plásticas -y sobre todo los concernientes a su adecuada difusión- escapen de la mano del propio creador. Así nos resulta normal que galeristas, gestores culturales, políticos, comerciales, intermediarios varios, marchantes o comisarios, reivindiquen cuotas de actuación cada vez más importantes dentro de este complicado mundo de las artes plásticas.

Sin duda la tarea del comisario, en el seno de esta peculiar fauna, se configura como una función necesaria. El comisario puede ser el técnico adecuado e independiente que consiga una selección ajustada de fondos, colecciones, obras o artistas, puede ser el profesional que conceda al creador un punto de vista cualificado en materia expositiva, el que se encargue de controlar luces, espacios, disposiciones, diseño, imagen y señalítica, e incluso puede ser un intelectual que quiera desarrollar una idea expresada a través de la creación plástica de otros a los que, hábilmente, habrá elegido.

Sin embargo el problema parece que viene compareciendo, en esta oportunidad, por exceso: ocurre en muchos ámbitos –y las plásticas no iban a ser menos- que, a la vez que determinadas funciones, por el aumento de su complejidad operativa, van ganando autonomía con respecto al resto de profesionales implicados en la actividad, también van abandonando, a la par, las relaciones de jerarquía que debieran serles propias y, al mismo tiempo, algunas referencias esenciales que nunca debieron extraviar.

La utilidad del comisario está fuera de toda cuestión, pero a medida que su tarea va ganando cierta dificultad funcional y su desempeño va adquiriendo cada vez más prestigio, también va olvidando, en muchas ocasiones, por y para qué estaban allí. El comisario debe ofrecer su idea de forma generosa, debe desarrollar sus conceptos, pero siempre colaborando con el artista, ayudándolo y poniéndose al servicio de su fin último: la adecuada selección y difusión de la propuesta, sin incurrir en malformaciones, tan habituales hoy día, como las del comisario-estrella o el comisario artista, donde las autorías no quedan claras, las intenciones menos, las jerarquías se pervierten, los egos se resienten y los objetivos, que debieran ser esenciales, se esfuman.

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