3.5. El crítico compadre.

Pero lo poco que pudiera haber tenido de escritor lo he venido perdiendo a medida que mi situación económica se ha vuelto demasiado buena y que mis relaciones sociales aumentan en tal forma que no puedo escribir nada sin ofender a alguno de mis conocidos, o adular sin quererlo a mis protectores y mecenas, que son los más[1]

Con su habitual y breve certeza Augusto Monterroso expresa otro de esos problemas que mediatiza cualquier tipo de creación y que, en mayor medida incluso, afecta a su propia crítica. El crítico critica pero cada vez menos, los críticos, en realidad, nos entretenemos más –en estos tiempos hipersociabilizados que corren- en tejer una compleja red de relaciones, humanas e inhumanas, con quienes nos convienen y con los que convienen a los nuestros, que en razonar y reflexionar sobre lo que el artista nos ofrece, en una continua búsqueda que persigue agradar –de muy distintas formas y con muy variadas intenciones- a todos los que nos rodean y que, por algún concreto motivo, nos interesan.

Diciendo lo que el receptor quiere escuchar vamos ampliando nuestro círculo de amistades –llamémosles colaboradores puntuales o, en los extraños casos de máxima fidelidad, vitales- en una desgraciada cadena de favores que puede ir desde nuestra calle a nuestro barrio, del barrio a nuestra ciudad, de ahí a nuestra provincia, comunidad, país, llegando finalmente –en esta era global que nos ha tocado vivir y como diría el no siempre justamente valorado Buzz Lightyear- hasta el infinito y más allá.

Un problema que se multiplica hasta la endogamia –y ya saben las consecuencias tan funestas que ésta tiene para la descendencia- si el ámbito geográfico en el que se suceden todas estas relaciones es una isla. Un espacio tan limitado que todos terminamos tropezando infinitas veces con las mismas piedras. Unas piedras en las que nos subimos sin escrúpulos, oteando el horizonte, para ver si más allá se divisa algún pedazo de tierra con mejores perspectivas. Unas piedras que no dudamos en arrojar al mar –del olvido- si su altura no nos permite avistar nuestros nuevos objetivos.

Y es que en esta época del deseo, de los mil deseos por minuto, en la que se nos ofrece de todo, lo queremos todo y todo lo queremos ahora; todo dura nada, y el crítico amigo y el artista complaciente, en la mayoría de ocasiones, durarán mientras se sirvan y, cuando dejen de servirse, seguirá siendo la cobardía –aunque no ya la utilidad- la que continuará impidiendo que estos críticos compadres digan lo que verdaderamente piensan y, por supuesto, nunca se atrevieron a pronunciar.

[1] Monterroso, Augusto. “A lo mejor sí” en Movimiento perpetuo, Bibliotex, Barcelona, 2001, p101.