2.1. ¿Un problema de accesibilidad?

El debate sobre el arte contemporáneo, sobre el arte más rabiosamente moderno, lleva tiempo configurándose en torno a la accesibilidad del gran público a las formas y contenidos que los artistas plantean en sus piezas. Es una realidad evidente que un gran sector de la población considera que las obras de arte actuales, y los artistas que las realizan, han establecido cierta distancia, deliberada o involuntaria, entre ellos y sus espectadores, mientras que los críticos y galeristas -que debían intermediar en esta relación entre el público y el artista- confunden casi en igual número de ocasiones como en las que deberían ayudar[1].

Y es que lo que precisa el arte contemporáneo son artistas, críticos y galeristas puente que nos expresen su personal visión de la realidad, de las cosas que les interesan, acercándolas y ayudándonos a entenderlas ¡basta de profesionales-muro que se regocijan de su propia complejidad! necesitamos gente que nos enseñe y que nos estimule, es válido y aconsejable que se nos rete para conseguir estos objetivos, pero este desafío debe ser con la vocación de que podamos resolverlo, no con el ánimo de vencernos desde una supuesta superioridad intelectual, tratando temas inalcanzables y extraordinariamente complejos; en realidad, no hay victoria más estúpida que la que produce un extraordinario desgaste y, además, no consigue sus verdaderos objetivos.

Efectivamente, en una evolución que tendría que ser habitual y, por desgracia, no lo es tanto, el artista sabio, el que controla los conceptos, la estética, la técnica y el oficio, nos debería hacer disfrutar o sufrir en una medida similar a la que, él mismo, disfruta o sufre en su proceso creativo. Aunque es cierto que la plástica no debe limitarse a parámetros comunicativos –el arte es una necesidad expresiva pero no tiene por que ir en búsqueda de un interlocutor- no es menos cierto que es el creador desinhibido, el que por su propia experiencia ha comprendido que la obra no se resiente si la ofrece y el que ha entendido que sus piezas no pierden intelectualidad si las facilita, el que, en muchas ocasiones, termina desarrollando un camino creativo más atractivo y completo, proponiendo un interesante diálogo entre su obra y el espectador. Y son, precisamente, los artistas de sólida trayectoria –los que por sus amplios conocimientos comienzan a darse cuenta de que apenas saben nada- quienes pueden permitirse acercar sus piezas al público, enriqueciéndolas y enriqueciéndose con el intercambio de ideas y emociones que esta comunicación lleva pareja y confiriendo a su arte cierta utilidad que, lejos de vulgarizarlo, lo perfecciona.

[1] Así Charles Saatchi señala en “El coleccionista”: A mí me interesa todo aquello que ayude al arte contemporáneo a llegar a un público más numeroso. Sin embargo, a veces una muestra es tan deprimente que desalienta a los visitantes. Muchos comisarios, e incluso el curioso jurado del Premio Turner, producen exposiciones que carecen de todo atractivo visual y exhiben su “profunda” impenetrabilidad como una medalla de honor. Al hacerlo, socavan todos los esfuerzos por alentar al público a aceptar el arte nuevo. (Texto recogido en Coleccionar arte contemporáneo de Adam Lindemann, Taschen, Colonia, 2006, p.216).

No hay comentarios: