3.4. Las verborreas interpretativas.
En cierta medida, los críticos ingeniosos encontraron en la cultura de la apropiación el tipo de manipulación de signos que les convenía, los trucos y parodias que daban juego para la interpretosis[1].
Esta interpretosis a la que tan clarividentemente se refiere Fernando Castro Florez, mitad interpretación y mitad halitosis, es una de las expresiones más evidentes de la simbiosis perversa en la que, beneficiando a ambos pero confundiendo al resto, a veces concurren algunos críticos en connivencia con ciertos artistas sin excesivos argumentos.
Creadores plásticos sin apenas contenidos –y más o menos azarosos- que tienen como misión primera generar los mimbres con los que estos críticos mercenarios confeccionan el cesto de sus especulaciones, llenando las páginas de palabras, muchas vacías y redundantes, en un obcecado y comercial afán por lucirse, a la par que, sin dudarlo, cargan de razones una obra irracional, y de sustancia unas piezas que comparecen, en muchas ocasiones, como meramente insustanciales.
Un provecho mutuo, como buena simbiosis, que no se preocupa del resto y que deja al lector incauto –y al público en general- enredado en una maraña de ideas y palabras, tejida, básicamente, para reforzar la debilidad creativa del artista, mientras que el crítico construye, sin piedad, el argumentario que le acompañará de por vida, que venderá al mejor postor y que acomodará a la obra o, en su caso, a los deseos del próximo comitente.
Una peculiar suerte de mentiras encadenadas donde los unos oyen lo que siempre desearon oír sobre su obra -y nunca hubieran conseguido imaginarse- mientras los otros se regodean de su verbo certero y de sus polivalentes conceptos puestos al servicio de cualquiera; y dejando ambos, tras de sí, un reguero de consumidores de arte engañados por el resplandor de la letra impresa y por la potencia de los posibles títulos –académicos o no- que avalan sus respectivas producciones.
[1] Castro Florez, Fernando. “¡Qué pantano!” en Espai Quatre 05, Ajuntament de Palma, Palma de Mallorca, 2006, p.168.
En cierta medida, los críticos ingeniosos encontraron en la cultura de la apropiación el tipo de manipulación de signos que les convenía, los trucos y parodias que daban juego para la interpretosis[1].
Esta interpretosis a la que tan clarividentemente se refiere Fernando Castro Florez, mitad interpretación y mitad halitosis, es una de las expresiones más evidentes de la simbiosis perversa en la que, beneficiando a ambos pero confundiendo al resto, a veces concurren algunos críticos en connivencia con ciertos artistas sin excesivos argumentos.
Creadores plásticos sin apenas contenidos –y más o menos azarosos- que tienen como misión primera generar los mimbres con los que estos críticos mercenarios confeccionan el cesto de sus especulaciones, llenando las páginas de palabras, muchas vacías y redundantes, en un obcecado y comercial afán por lucirse, a la par que, sin dudarlo, cargan de razones una obra irracional, y de sustancia unas piezas que comparecen, en muchas ocasiones, como meramente insustanciales.
Un provecho mutuo, como buena simbiosis, que no se preocupa del resto y que deja al lector incauto –y al público en general- enredado en una maraña de ideas y palabras, tejida, básicamente, para reforzar la debilidad creativa del artista, mientras que el crítico construye, sin piedad, el argumentario que le acompañará de por vida, que venderá al mejor postor y que acomodará a la obra o, en su caso, a los deseos del próximo comitente.
Una peculiar suerte de mentiras encadenadas donde los unos oyen lo que siempre desearon oír sobre su obra -y nunca hubieran conseguido imaginarse- mientras los otros se regodean de su verbo certero y de sus polivalentes conceptos puestos al servicio de cualquiera; y dejando ambos, tras de sí, un reguero de consumidores de arte engañados por el resplandor de la letra impresa y por la potencia de los posibles títulos –académicos o no- que avalan sus respectivas producciones.
[1] Castro Florez, Fernando. “¡Qué pantano!” en Espai Quatre 05, Ajuntament de Palma, Palma de Mallorca, 2006, p.168.