5. La tiranía del mercado.

La mayoría de las sociedades del pasado exigían del artista que reflejara los conceptos de verdad y moralidad de la época, el artista egipcio, por ejemplo, tenía que reproducir un prototipo claramente preestablecido; el artista cristiano tenía que ceñirse a los dogmas del II Concilio de Nicea a riesgo de ser excomulgado, o, como los monjes de época iconoclasta, trabajar bajo constante amenaza y en la clandestinidad (…) la autoridad formulaba las reglas y el artista obedecía (…) para que al artista se le permitiera practicar su arte, tenía que someterse a estas reglas o aparentar sumisión a ellas. Podría decirse lo mismo de los artistas de hoy día, que el mercado, al otorgar o privar al artista de sus medios de subsistencia, ejerce la misma presión. Sin embargo, existe una diferencia vital: las civilizaciones que hemos mencionado anteriormente tenían el poder temporal y espiritual de exigir que se cumplieran sus exigencias sin dilación[1].

Caído el comunismo tiempo atrás, Fidel todavía debe reírse desde su ¿último? lecho viendo como el capitalismo salvaje empieza a demostrar que, en estos tiempos de crisis consensuada y solidaria, muchas de las hipótesis que lo sustentaban no eran tan ciertas como parecían: aquello de que el mercado se autorregulaba ha pasado a la historia e incluso los países de capitalismo liberal más sangrante han decidido violar su propio dogma de fe e intervenir en un mercado que ha demostrado su incapacidad total para recuperarse sólo.

Pero, rigores actuales al margen, parece claro que el mercado y sus fluctuaciones son algunos de los agentes más distorsionadores de la creación plástica de un artista. Como señala Rothko en la cita que encabeza este epígrafe: el artista y su arte siempre han estado influidos por el poder y el dinero, antaño de una manera más directa e instantánea, ahora en una tiranía de más largo recorrido que puede matar, por inanición, el arte del artista y, en casos extremos, incluso al propio artista.

Es obvio que en épocas de tormenta como la que arrecia, el dinero es menos y las ventas se resienten. El artista famélico –aquel artista del hambre kafkiano[2]- corre en pos del mercado tratando de procurarse un sustento que le permita seguir creando, sin prostituir su obra y sin pervertir su propia esencia, pero con la posibilidad patente de que los creadores menos sinceros –de escasa convicción o menor capacidad- se dejen atrapar por el chantaje de la comodidad y, con el objetivo de vender más que con el fin de crear, terminen recurriendo a unas formas, formatos y técnicas de moda que, copando el mercado, acaban convirtiéndose en estereotipados y vacíos clichés lo suficientemente lucrativos como para mantener, e incluso hacer triunfar, esta producción visiblemente falaz y notoriamente desvirtuada.

[1] Rothko, Mark. La realidad del artista. Filosofía del arte, Síntesis, Madrid, 2004.
[2] Relato corto escrito por Franz Kafka en 1922 y publicado en 1924. La historia narra la decadencia de un artista de circo, ayunador profesional, que termina muriendo de hambre. Su protagonista es un individuo marginado por la sociedad e ignorado por el público, que permaneció en su jaula hasta su muerte.

No hay comentarios: