3.6. El hacedor frustrado.

No basta con pensar las cosas, hay que hacerlas. La verdad es que el mundo está lleno de teóricos de salón sin práctica alguna, de críticos viperinos, hacedores frustrados, que se dedican a destruir corrosivamente las producciones de los demás, de eruditos a la violeta cuya erudición es un barniz sin profundidad de todo lo que se debe saber para parecer culto y que, en realidad, lo aprendieron mirando las solapas de los libros que nunca leyeron. Gente que habla de todo sin saber de nada, espíritus pobres que siempre acuden a la censura fácil sobre lo que hace el resto sin realizar lo propio, envidiosos sin fundamento que disfrutan exigiendo lo que ellos mismos no son capaces de dar y tipos que se llenan la boca de infinitas palabras aprendidas y vacías de contenido. No lo duden, son más de los que parecen y están ahí fuera.

Estas sanguijuelas son peligrosas, boicotean lo que egoístamente no les interesa o se convierten en auténticas rémoras para cualquier proyecto, se introducen en ellos ofreciendo sus especulaciones y terminan entorpeciéndolos como parásitos, aprovechándose del esfuerzo ajeno y sin ninguna voluntad de colaborar; hay que evitarlos a toda costa, aunque reconocerlos no es tarea fácil: su mayor habilidad consiste en ocultarse bajo innumerables disfraces y con engañosas y atractivas apariencias.

Lo que está claro es que tener una idea e intentar materializarla con convicción tiene más valor que tener ideas y no realizarlas, e infinitamente más que no tener una miserable idea y dedicarse, en exclusiva, a cuestionar las de los demás: un tipo de críticos amargados en su impotencia, destructores por sistema y sin rigor, porque ellos, para su desgracia y por su propia inutilidad, nunca pudieron construir.

Es verdad que la crítica reflexiva, meditada y razonada, no precisa que el crítico pueda, haya o sepa realizar el objeto de su crítica, pero tampoco es menos cierto que, en el curioso ecosistema de la creación, el crítico comparece, en más ocasiones de las deseables, como un hacedor frustrado que se encarga de criticar con resentimiento lo que nunca alcanzó a realizar. Y es que la amargura de la propia frustración, la impotencia o el fracaso en la consecución de los propios objetivos son malos consejeros para la crítica certera.