3.2. Sobre el virtuosismo técnico, cierta abstracción y la tormenta tecnológica.

Los grandes acontecimientos tecnológicos pueden cambiar nuestras vidas pero no crearán una nueva forma de arte. Pueden, como mucho, crear una nueva generación de críticos que dirán: “¡es arte!”[1].

Aunque parece claro que, en los tiempos que corren, no es necesario que la obra artística responda siempre a criterios de excelencia técnica, si que parece imprescindible conocer y controlar un lenguaje para poder destruirlo posteriormente. Ningún analfabeto musical se debe permitir el lujo de aporrear una sola tecla de un piano y decir que hace, sin más, música minimalista; así mismo, ningún artista plástico puede deconstruir lo que nunca supo construir y tratar de defenderlo como si de una profunda investigación se tratara. El camino hacia la abstracción –y no hablamos sólo de pintura- puede confundir sobre determinadas calidades técnicas y, aunque la capacidad de abstraer está en manos del creador más sensible, la crítica no debe olvidarse de que una abstracción simulada puede ser, también, el recurso del incapaz.

Pero no sólo la abstracción distorsiona la evaluación de la técnica. El imparable torbellino tecnológico que colma de posibilidades la creación plástica y satisface casi todas las expectativas del artista que, en ocasiones, comparece cegado por la increíble capacidad de los medios, también puede confundir sobre qué parte es propia de la destreza del creador y cuál deriva de la propia potencia del medio. El arte se convierte en algo superfluo cuando se pone al servicio de la técnica, asumiendo las coordenadas que el medio le dicta y sometiendo sus formas y contenidos a los propios de la tecnología empleada, mientras que el artista va anulando su autoría a medida que, en lugar de controlar el medio, el medio le controla a él.
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[1] Orson Welles

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